30 de enero de 2010

Aquello que decimos

Imagen de Patrice Barton


Los niños creen en los padres. Cuando les decimos una y otra vez que son encantadores, que son los príncipes o princesas de la casa, que son guapos, listos, inteligentes y divertidos, se convierten en eso que nosotros decimos que son. Por el contrario, cuando les decimos que son tontos, mentirosos, malos, egoístas o distraídos, obviamente, responden a los mandatos y actúan como tales.


Aquello que los padres -o quienes nos ocupamos de criar- decimos, se constituye en lo más sólido de la identidad del niño.Los niños no tienen más virtudes unos que otros. Ahora bien, el niño no suficientemente mirado, mimado, apalabrado y tomado en cuenta por sus padres, dará mayor crédito a sus discapacidades. Y sufrirá. En cambio el niño mirado y admirado por sus padres, amado a través de los actos cariñosos cotidianos, contará con una seguridad en sí mismo que le permitirá erigirse sobre sus mejores virtudes y al mismo tiempo reírse de sus dificultades. Si nos damos cuenta que nuestros hijos sufren, si tienen la auto estima baja, si tienen vergüenza, si se creen malos deportistas, malos alumnos, o que no están a la altura de las circunstancias, si les cuesta hablar, relacionarse, jugar con otros, si suponen que son lentos, o si son víctimas de las burlas de sus compañeros; nos corresponde accionar a favor de ellos, ya mismo.


Lo peor que podríamos hacer es exigirles que asuman solos sus problemas. Podemos nombrar aquellas virtudes, recursos o habilidades que el niño sí dispone como individuo. Por ejemplo, que es un niño que siempre dice la verdad. Que nunca traicionaría a un amigo. Que es incapaz de lastimar a otro. Que observa y comprende a los que sufren. Que es generoso y tolerante. Decirles a los niños que son hermosos, amados, bienvenidos, adorados, nobles, bellos, que son la luz de nuestros ojos y la alegría de nuestro corazón; genera hijos seguros, felices y bien dispuestos.


Es posible que las palabras bonitas no aparezcan en nuestro vocabulario, porque jamás las hemos escuchado en nuestra infancia. En ese caso, nos toca aprenderlas. Si hacemos ese trabajo ahora, nuestros hijos -al devenir padres- no tendrán que asumir esta lección. Porque surgirán de sus entrañas con total naturalidad, las palabras más bellas y las frases más gratificantes hacia sus hijos. Y esas cadenas de palabras amorosas se perpetuarán por generaciones y generaciones, sin que nuestros nietos y bisnietos reparen en ellas, porque harán parte de su genuina manera de ser. Pensemos que es una inversión a futuro con riesgo cero. De ahora en más… ¡sólo palabras de amor para nuestros hijos! Gritemos al viento que los amamos hasta el cielo. Y más alto aún. Y más y más.


Extracto de un artículo del libro “Mujeres visibles, madres invisibles” de Laura Gutman


20 de enero de 2010

La cenicienta que no quería comer perdices


He descubierto este cuento para "niñas creciditas" desde El Blog Alternativo y os lo traigo porque me ha encantado!

Realizado por Myriam Cameros y Nunila López para un colectivo de mujeres maltratadas... pero que viene a decir que hagas lo que deseas en la vida, dedicado a las mujeres que quieren cambiar y a las que ya no están con nosotros... Éste último punto me gusta personalmente, hay tantas mujeres maravillosas que se han ido sin realizar ni la mitad de sus sueños...

¡Viva la cenicienta vegetariana!




2 de enero de 2010

Delicias con hiel.


Tic, tac. Nuevo año.

A veces un pequeño gesto dice mucho. Muchos pequeños gestos nos pueden hacer felices e infelices. Pasa el tiempo, corre en una dirección a su propio ritmo y no siempre vemos hacia donde va. Hay decisiones que cambian tu vida, para bien o para mal, mientras el tiempo sigue corriendo, lo saboreas o se te escapa de las manos como si fuese agua. Y no hay marcha atrás, ni para lo bueno ni para lo malo. Lo bueno has de disfrutarlo... lo malo ¿intentar cambiarlo? ¿aprender a vivir con ello? ¿Hasta qué punto vale la pena aceptar algo que te hace infeliz? ¿Y qué hacer si no puedes hacer nada?

La infelicidad puede acabar en odio y el odio no es bueno, es un sentimiento tan potente que da miedo y es mejor mirarlo de lejos, sin acercarse.

Y si todo en la vida pasa por algo, si de todo podemos aprender y todo ha de enseñarnos, ¿qué precio hay que pagar para aprender de lo que pudo ser una mala decisión? ¿Cuántas oportunidades da la vida y cuántos errores contemplan esas oportunidades?.

Tengo un sueño: Disfrutar la vida en los brazos de mi familia, vivir con ellos, con aquellos que yo elegí para andar mi camino. Deseo la misma oportunidad que tienen la mayoría de las parejas, de las familias. Tener mi espacio, mi intimidad, mi vida y ser dueña de ella. Pero parece ser que a veces toca aprender a comer delicias con hiel y no estoy segura de ser capaz de aprender a hacerlo. No se cocinar platos dulces con hiel y tampoco se cuánto tiempo soporta el estómago semejante amargura.

Y el tiempo sigue corriendo... no se detiene para nadie.

Tic, tac. Nuevo año.